Traigo una misión: La de aquellos que escriben, la letra es una parte de mi alma. Tengo la habitualidad de
convertir a la palabra en metralla, haciéndola voces por aquellos que callan. Ser escritor, significa tener voz por los que no la tienen, bregar por justicia, en medio de la injusticia (aun sabiéndola
parte de la vida). Ser escritor exige
doblegar el empeño de la prosa,
instrumentando la queja ante el mundo, por la
impunidad, la pobreza, la impotencia y
la sumisión del débil ante el poderoso, en todos los aspectos de la vida. Siento como
mío el sufrimiento del otro, mitigo el dolor, dentro de mis posibilidades, con
cualquier acto mínimo y solidario de mi vida. Amo a los que escriben, porque escribir es un don, no solo es un oficio cargado de sentimiento, es anteponer la humildad ante el
narcisismo, por la sola obligación de
estar dotados de la sangre y el antídoto,
que la pluma otorga, en el decir.
Soy una enamorada del
amor, de cada pequeño gesto de bondad, cuando la generosidad, es una circunstancia, sencilla y mínima que lo
contenga. Amo y respeto mis raíces, porque de ellas proviene mi esencia, y así
lo he transmitido a quienes me sucederán,
son la semilla que he plantado en la
tierra. Me doblego ante la sabiduría y el conocimiento, ante la majestuosidad o pequeñez de la naturaleza. Me lastiman las despedidas y
el olvido. La ingratitud in-memoriosa adrede, y la indiferencia, no son detalles que
transiten por mi senda. La amistad es un
vínculo sagrado al que cuido, alimento con afecto y compañía, previa exigencia
de que venga despojado de las miserias
de la hipocresía.
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