domingo, 17 de junio de 2012


Traigo una misión: La de aquellos  que escriben,  la letra es una  parte de mi alma. Tengo la habitualidad de convertir  a  la  palabra  en metralla, haciéndola voces por  aquellos que callan. Ser  escritor, significa  tener  voz por los que no la tienen,  bregar por  justicia, en medio de la injusticia (aun sabiéndola  parte de la vida). Ser escritor exige doblegar  el empeño de la prosa, instrumentando la queja   ante el mundo, por   la impunidad,  la pobreza, la impotencia y la sumisión del débil  ante el poderoso,  en todos los aspectos de la vida. Siento como  mío el sufrimiento del otro,  mitigo el dolor, dentro de mis posibilidades, con cualquier acto mínimo y solidario de mi vida.  Amo a los que escriben,  porque escribir es un don, no solo es  un oficio cargado de  sentimiento, es anteponer la humildad ante el narcisismo, por la sola  obligación de estar  dotados de la sangre y el antídoto, que  la pluma  otorga, en  el decir.  
Soy una  enamorada del amor, de cada pequeño   gesto de bondad, cuando la generosidad, es  una  circunstancia, sencilla y mínima que lo contenga. Amo y respeto mis raíces, porque de ellas proviene mi esencia, y así lo he transmitido a  quienes me sucederán, son la semilla que he  plantado en la tierra. Me doblego ante la sabiduría y el conocimiento, ante  la majestuosidad  o pequeñez  de la naturaleza. Me lastiman las despedidas y el olvido. La ingratitud in-memoriosa  adrede, y la indiferencia, no son detalles que transiten  por mi senda. La amistad es un vínculo sagrado al que cuido, alimento con afecto y compañía, previa exigencia de que  venga despojado de las miserias de la hipocresía.  

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